A veces el destino nos propone un amor diferente al que esperamos, incluso, tardamos en descubrir que no es amistad lo que nos provoca esa famosa taquicardia cuando estamos cerca de encontrarnos con esa persona.
Bonita e inteligente, así es ella; por su puesto yo no había imaginado estar con una mujer así; los momentos a su lado, eran para mí un corto encanto. Era linda, con ojos grandes y poco expresivos; pero sobre todo, era su forma de ser la que enamoraba a toda persona que se le acercaba: amable por naturaleza, risueña y noble; pero con un carácter tan fuerte que hacía dudar a la hora de los problemas.
Bonita e inteligente, así es ella; por su puesto yo no había imaginado estar con una mujer así; los momentos a su lado, eran para mí un corto encanto. Era linda, con ojos grandes y poco expresivos; pero sobre todo, era su forma de ser la que enamoraba a toda persona que se le acercaba: amable por naturaleza, risueña y noble; pero con un carácter tan fuerte que hacía dudar a la hora de los problemas.
Todos los días después de mi trabajo, era la misma pregunta: ¿Paso a visitarla “un ratito” o me voy a casa? Terminaba en la misma respuesta siempre: ir a su casa, a menos que tuviéramos algún compromiso más fuerte que las ganas de estar juntas. En el camino me arreglaba con un poco de lápiz labial muy natural, trataba de acomodar un poco mi cabello y aseguraba un buen aliento; cuando llegaba a su casa era común que tuviera que esperar a que apareciera; mientras tanto hojeaba alguna revista de su mamá, cambiaba los canales de la televisión o jugaba con su gato –en realidad esto sucedía poco-. La esperaba con un gesto despreocupado, o con bastante interés en lo que hacía para no revelar mis nervios, para no exponer la revolución que hacen las mariposas que viven dentro de mí; o peor aún, en ocasiones, estúpidamente pensaba en qué hacer para sorprenderla.
La veía bajar las escaleras con una mirada coqueta y un tono indiferente preguntando a dónde iríamos o cómo estoy. Siempre despreocupada, lenta, sin maquillaje... cómoda; en el fondo ella lo sabía: era guapa, no necesitaba arreglarse mucho.
Como las ideas no llegaban a mi cabeza mientras la esperaba, terminábamos haciendo lo mismo: comer, después una peli, tal vez salir por un helado, platicar y escuchar música. Pero sin importar lo que hiciéramos ella siempre me hacía reír, pensar y sentir; lograba de mí la parte más noble y hasta infantil.
Si acaso había oportunidad, me daba un beso que me hacía suspirar y anhelar un poco más; pero en ese sentido ella era cruel y no cedía tan fácil a mis deseos. Algunas veces me plantaba un beso desenfrenado, me acariciaba y recorría con sus manos mi cuerpo; me hablaba al oído, y me hacía sentir por primera vez hermosa de verdad. Eran sus dedos los que me acariciaban y mis labios los que recorrían su cuerpo, juntas hasta que el cansancio nos dejaba dormidas; siempre así: abrazadas! y a veces eran tan fuertes sus brazos que sentia que un suspiro me iba a asfixiar. Pasé algunos fines de semana con ella y a veces, juro que solo a veces, me hacía el amor antes de dormir. En ese momento me daba cuenta que un beso, una caricia, una palabra o una simple mirada, era todo lo que necesitaba para saber que era ella con quién quería estar.
Hoy por la mañana, sarcásticamente me preguntaba qué otra cosa era necesario si soy feliz con ella, si cada vez que la busco la tengo a mi lado…
La veía bajar las escaleras con una mirada coqueta y un tono indiferente preguntando a dónde iríamos o cómo estoy. Siempre despreocupada, lenta, sin maquillaje... cómoda; en el fondo ella lo sabía: era guapa, no necesitaba arreglarse mucho.
Como las ideas no llegaban a mi cabeza mientras la esperaba, terminábamos haciendo lo mismo: comer, después una peli, tal vez salir por un helado, platicar y escuchar música. Pero sin importar lo que hiciéramos ella siempre me hacía reír, pensar y sentir; lograba de mí la parte más noble y hasta infantil.
Si acaso había oportunidad, me daba un beso que me hacía suspirar y anhelar un poco más; pero en ese sentido ella era cruel y no cedía tan fácil a mis deseos. Algunas veces me plantaba un beso desenfrenado, me acariciaba y recorría con sus manos mi cuerpo; me hablaba al oído, y me hacía sentir por primera vez hermosa de verdad. Eran sus dedos los que me acariciaban y mis labios los que recorrían su cuerpo, juntas hasta que el cansancio nos dejaba dormidas; siempre así: abrazadas! y a veces eran tan fuertes sus brazos que sentia que un suspiro me iba a asfixiar. Pasé algunos fines de semana con ella y a veces, juro que solo a veces, me hacía el amor antes de dormir. En ese momento me daba cuenta que un beso, una caricia, una palabra o una simple mirada, era todo lo que necesitaba para saber que era ella con quién quería estar.
Hoy por la mañana, sarcásticamente me preguntaba qué otra cosa era necesario si soy feliz con ella, si cada vez que la busco la tengo a mi lado…
- ¡Despierta! Me contestó una perversa voz en mi interior.
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